“La cura, tanto para la mujer ingenua como para aquella cuyo instinto ha sido lesionado, es la misma: practicar la escucha de la propia intuición, escuchar la propia voz interior, hacer preguntas, sentir curiosidad, ver lo que se tenga que ver, oír lo que se tenga que oír y actuar después, de acuerdo con aquello que una sabe que es verdad.
Si conseguimos sacar esta capacidad de las sombras de la psique, ya no seremos unas simples víctimas de las circunstancias internas o externas.”
Mujeres que Corren con Lobos – Clarissa Píkola

Desarmaba cajas de mi reciente mudanza cuando me topé con el libro de Clarissa Píkola: Mujeres que corren con Lobos. Lo había leído hacía ya muchos años y no había vuelto a verlo entre mis libros, más allá de que en ocasiones hubiera querido leerlo nuevamente.

Mágicamente, en aquel momento lo tenía frente a mí, sin yo saber quién lo habría guardado en esa caja que yo misma había organizado.  Aún presa de mi asombro, agradecí tenerlo en mis manos cuando me encontraba transitando un profundo proceso de auto descubrimiento y de reconexión.

Como tantas veces en mi vida, me sentí reconfortada al percibir esos pequeños milagros.

Sin poder evitarlo, abrí el libro y leí: 

“… la cura, tanto para la mujer ingenua como para aquella cuyo instinto ha sido lesionado, es la misma: practicar la escucha de su propia intuición, escuchar la propia voz interior, hacer preguntas, sentir curiosidad…”

Las lágrimas brotaron de mis ojos, rendida abracé aquel maravilloso regalo y simbólicamente abracé, también, mi proceso de sanación interior.

Hace ya algún tiempo que me encuentro buceando en mis aguas profundas, abriéndole paso a mi voz interior, impregnándole fuerza y confianza, para que pueda emerger libre. Sin embargo, recuperar mi propia voz conlleva el desafío de integrar todos sus matices, aún aquellos menos luminosos según mi crítica mirada, para reconocerlos como diferentes aspectos de quien Soy.

Las preguntas constituyen los disparadores que me guían en mi camino. ¿Quién Soy? o mejor aún, ¿Quién creo Ser?, ¿Cuál es el valor que aporto al mundo?  ¿O creo que no tengo valor alguno para aportar y por esa razón, silencio mi voz?

Las preguntas, profundas e interpelantes, flotan impávidas como flores de loto en mi cenagoso interior. Imposible hacer caso omiso a la revolución emocional que despiertan en mí.

Nací en una familia donde no estaba bien visto destacar, y máxime, siendo mujer.

Desde que tengo recuerdos, me acompañan esas miradas críticas de mis adultas significativas. Miradas que me volvían invisible ante cualquier intento de exposición: ser sumisa e introvertida, hablar poco y reír bajito, era el mandato que imperaba en mi clan. Mandato subliminal e implacable, que me marcó a fuego.

Aún hoy luego de un largo camino transitado, me atemorizan algunas miradas, cuando me expongo en público. La curiosidad, a la que hace mención Clarissa Píkola, se ha transformado en mi gran herramienta ante la vulnerabilidad.

Cuando vuelvo a sentir a la niña, que se repliega ante la mirada crítica del adulto, respiro hondo y apelo a la curiosidad. Sé que debo desaprender lo aprendido, sanar heridas y reconstruir mi propio camino, incorporando creencias nuevas y potenciadoras.

Con conciencia plena de esa niña, que se hace presente desde mi interior y desde su dolor, exploro con curiosidad, nuevos caminos.

Ensayo nuevas posturas frente a la incomodidad, construyo nuevas preguntas y nuevas respuestas que me alejan de mis espacios conocidos y fundamentalmente, acepto la vulnerabilidad y las sensaciones que genera en mi cuerpo.

Desde esa curiosidad, observo atenta a un retoño de seguridad en mí misma, buscando emerger.

En este proceso tan conciente, agradezco profundamente a las mujeres de mi clan, que con ese mandato buscaron protegerme y evitarme sus propios dolores. Ser invisibles e insonoras, fue el recurso al que apelaron para no sufrir.

Recorro este camino buscando recuperar mi voz y todas sus voces, sintiendo su presencia junto a mí, para derribar  barreras y ocupar nuestros lugares con libertad.

Creo firmemente en que somos parte inseparable de un Todo, que nos conecta y que nos guía. Nuestras voces se hacen más fuertes, si integramos a todas las voces que nos antecedieron,  con sus luces y con sus sombras, con sus aspectos más destacables y con aquellos que quisiéramos esconder.

Habitando mis nuevos espacios, percibo la magia que enlaza mi mundo interno y su espejo externo.

Nuevos lugares, nuevas miradas y renovada confianza en la evolución que nos propone la Vida.

En mi nuevo hogar, reconociéndome en nuevas experiencias, me encuentro nuevamente con “Mujeres que corren con lobos”, el libro de Clarissa Píkola, en mis manos.

Con curiosidad, permito que la magia guíe nuevamente a mis ojos. Abro el libro y vuelvo a leer:

“…Si conseguimos sacar esta capacidad de las sombras de la psique, ya no seremos unas simples víctimas de las circunstancias internas o externas.”

Plenamente conciente del significado de esas palabras, me prometo firmemente a mí misma, darle alas infinitas a mi voz interior: ¡elijo ser la protagonista de mi historia!

De aquí en más, abriré mis brazos para abrazar más grande y más fuerte, ensayaré nuevas miradas que con curiosidad, me permitan “ver” más genuinamente, me comprometeré a hacerme preguntas valientes que me guíen hacia nuevas respuestas y que construyan nuevos escenarios, donde pueda experimentarme más liviana y más libre. Porque en definitiva, dar alas a mi propia voz posibilitará que otras voces se abran espacio y emerjan libres.

¡Ya puedo escuchar! Mi voz, tu voz, nuestras voces: ¡un despliegue de dones y de talentos, que hace al mundo brillar por doquier!

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